“Tomaba los poemas como frutas”, así se abre este libro sorprendente. Nada aquí es lo esperado: todo tuerce hacia una esquina incógnita la vista. La atención a los mínimos detalles de la imaginación, descentralización de lo poético hacia un lado imprevisto, Sonia Huentemil es un saltamontes que de loma en loma hace fosforecer nuevas latitudes con sus ojos abiertos. Sonia le pide inspiración a Santa Catalina (en humorística plegaria), pero mejor haría la santa en pedírsela a Sonia, musa instantánea. Dice que no vuela, gallina lárica (sobrenombre con que encarna un verso de Ricardo Herrera Alarcón), “y se arroja desde el altillo del gallinero” (“quiero escribir pero me sale espuma”, decía Vallejo, y aquí nos encontramos también una imagen memorable -¡y tan divertida!- de quien se queja de no poder escribir poesía). Quizá Sonia crea que no llega porque está más allá -o más acá: más que ejercer de poeta vive poesía, y sabe que las palabras nunca alcanzarán a expresarla.
También como Vallejo enfrenta la gravedad con humor, aplicándolo incluso en invectivas contra sí misma, que son una curiosa manera de celebrar y celebrarse: “burra y más burra: / por qué te casaste con un burócrata / de pasado comunista / y no un burgués de tomo y lomo”.
¿De dónde viene Sonia Huentemil? Ella lo cuenta: “de Chile conozco un trozo reducido / resumen visceral del subdesarrollo / y del resentimiento”.
Discúlpenme que insista: la poesía de Sonia es sorprendente: puede hacer que su amado le escriba un poema traduciéndole sus silencios.
Sonia vive poéticamente (eso tan difícil que quería Teillier), y por eso vibra su poesía. Sonia se levanta siempre con su visionario pie izquierdo que “pone ancla al vaivén de los astros que giran”.
No es la vía derecha, es la otra vía, la siniestra, la izquierda. Irreverente, la Gallina Lárica
“construyó con el pecado los muros de su hogar”, porque otra espiritualidad, la mapuche, se
resiste a los mandatos católicos: “Padre, el werken de la noche / me trajo la soga del anchimallen (…) En los pewmas me lleva a la vertiente / donde está el lawen / que escondieron para mí. (…) Padre, en mis ojos está el portal / que sube hasta mis ancestros / y baja el lazo que ata y desata los vientos”.
No esperen versos moderados, cuerdos, correctos. Sonia Huentemil sueña sus poemas-pewmas antes de escribirlos, brotan como exabruptos o garabatos que dibujan otras líneas, otras lindes o deslindes de lo posible, conjuros o arrebatos, magia al chasquear los dedos de los que saltan chispas o estrellas. No esperen una linea predecible, no hay poema que sea igual a otro,
prepárense a la broma y al asombro, a la ternura y la sensualidad, al don de profecía y al misterio.
Más allá, más allá de las palabras, un gesto, un guiño, un acertijo, un sueño, un pewma irrepetible.
Javier Aguirre Ortiz